domingo, 30 de diciembre de 2007

ENTRE MILONGAS Y PAYADAS por el Prof. Gustavo Issetta


NO ARRUGUE, QUE NO HAY QUIEN PLANCHE.

Los mundos paralelos tienen la fuerza de la evolución. Darwin ya lo había dicho. Dos cosas que nacen al mismo tiempo pero en distintos lugares, pero que llegan al destino final. El gaucho cultivó el arte de la payada. Martín Fierro, en la epopeya de José Hernández lo ubica como un eje difusor de valores populares. No es para menos. Es el bardo nacional. El ojo que ve. El caminante que al descansar cuenta lo que vivió y sintió. Pero la ciudad avanzó sobre el campo, en todos los aspectos. Y en uno, que es el que no interesa lo transformó sin perder su esencia. Y es así, que la payada se hizo urbana. Y son muchos los que adoptan éste estilo. Hay auditorios repletos. Hay lugares subterráneos. En ellos la poesía campera se enaltece ante la mente, la voz y la guitarra, que conforman la payada. Y en el mismo espacio urbano, crece una musica que se baila al compás de pequeñas agrupaciones que ejecutan musica. Hay lucha entre estos dos mundos. Claro. Dos mundos. Dos culturas. En el fondo dicen lo mismo. Pero las diferencias se notan por los tiempos en que ambas se acunaron.
Y como la historia aborrece del vacío, para 1890 – año de crisis, del nacimiento de la UCR, de Além- se impone un nuevo perfil, el del payador urbano. ¿Síntesis o nacimiento? El gaucho era un caminante, el payador urbano es un artista con indumentaria acorde a los tiempos. Recorre pueblos lejanos. Está en la arena de los circos. Clubes. Teatros pobres. Y cobra, por cantar. ¡Que diferencia con los gauchos que estallaban su arte entre las carretas o en lo fogones!. Ahora es el almacén de la ciudad, esa especie de nueva pulpería. Cambian los temas, lo argumentos, las letras enteras. Atrás quedaron los cielitos y las vidalas, era tiempo de milongas. Se contestaba a dos versos en las payadas llamadas “a media letra”. O las con “eco” dónde la palabra final de uno era la primera del otro. A esta altura hay que mencionar a Don Gabino Ezeiza, Nemesio Trejo, José Bettinoti, Higinio Cazón como los más grandes. Y fijese que interesante, si el payador gaucho denuncia las injusticias o endulza al caudillo o a un partido político, el de la ciudad insulta, satiriza o ensalza al progreso. Mientras tanto, el otro mundo paralelo, el del tango, siguió su marcha profunda por las calles de la ciudad. Ojo, el tango danza, no se habla aún. Se resiste. Las letras están en poder de los payadores, que al toque nomás, siguen un camino más parejo. Entre tanto – y esto forma parte de las defensas del tango- sigue un camino “criollo”, es decir, con un ropaje telúrico. Recordamos El Choclo. La Morocha. La Indiada, la trilla, la montura, el estriubo. Mate amargo. No en vano Villoldo, antes era payador. Hay cientos de fotos de tangueros, vestidos de gauchos. Hasta el mismo Gardel. Bettinotti estrena “Versos del Arrabal” . En suma. La Milonga y los gauchos están unidos en eso de los caminos que se bifurcan, siguen siendo los mismos caminos. La frase de Higinio Cazón “no arruge que no hay quien planche” nos dice a las claras de la zona neutra que une y separa al tango del folclore. Para delicia de Nelly Omar por ejemplo.

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